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jueves, 24 de mayo de 2012

La familia del adicto.-

Pichón-Rivière (en Aldrete, 2008), por su parte, plantea que entre los integrantes de la familia se encuentra el portavoz del sufrimiento familiar, el cual denuncia la situación conflictiva y el caos subyacente, y paralelamente, se segrega al enfermo como depositario de la ansiedad familiar, de los misterios, secretos y la conspiración del silencio (necesidad defensiva de ocultamiento de ciertos contenidos psíquicos) y del malentendido como enfermedad básica del grupo familiar (Pichón-Rivière en Aldrete, 2008).En relación a la familia del adicto, Kalina (2000) refiere que existe un clásico y trágico malentendido: La familia consulta para que se cure a uno de sus miembros, el cual se considera el elegido. Sin embargo, curar no significa lo mismo para todos; de acuerdo con Kalina (2000) curar es un concepto tan amplio como ambiguo. Puede significar: “Haga que sea bueno”, “que se comporte como se debe” o “que sea como la familia”, oscilando los criterios hasta el extremo de “conviértalo en vegetal” –léase enfermo crónico- o directamente “extermínelo porque es la manzana podrida que arruina la vida de todos nosotros, los buenos y sanos” (Kalina, 2000, pag. 54).La estructura ideológica de la familia enferma, desde el enfoque de Kalina (2000), es altamente conservadora y autoritaria ya que establece “quien será el elegido”, y éste debe seguir ocupando ese lugar. En este caso, el adicto garantiza, sosteniendo su lugar de “enfermo”, la “salud” del resto del grupo familiar (Kalina, 2000, pag. 54).En consecuencia, surgen fuertes resistencias ante el accionar terapéutico ya que la familia lucha, de una forma inconsciente y mediante un complejo juego interaccional, por conservar los lugares asignados a sus miembros y el terapeuta se transforma en su enemigo (Kalina, 2000).Un modo de garantizar esta estructura, según Kalina (2000), se logra cuando se destina al paciente psiquiátrico a vivir en hospicios, asilos u hospitales psiquiátricos que por su propia estructura tienden a cronificar al paciente, condenándolo a ser un habitante pasivo de ese submundo (Kalina, 2000). En este caso, es el psiquiatra quien ordena esta muerte civil, conduciéndola, vigilándola y protegiendo a los “sanos” de aquel sujeto peligroso designado como “el loco”. Esta dinámica no cuestiona la estructura familiar y legitima al “loco”, en este caso el “adicto”, en el lugar que le ha sido asignado (Kalina, 2000, pag. 54).Por otro lado, cuando la antipsiquiatría intentó estudiar estos fenómenos desde la óptica de un modelo “revolucionario” –que desde el enfoque de Kalina (2000) implicaba más bien una actitud de oposicionismo adolescente- al decir “el loco tiene razón, la familia es la enferma” (Kalina, 2000, pag. 55), ocasionó un movimiento hacia el extremo opuesto que produjo una crisis fenomenal en el mundo psiquiátrico, caracterizada por grandes discusiones y apresuradas modificaciones en cuanto a los procedimientos terapéuticos, con resultados muchas veces catastróficos (Kalina, 2000).Desde la perspectiva de Kalina (2000), el abordaje sistémico ha enfocado la atención en el tratamiento de los adictos y se ha convertido en un instrumento de creciente importancia teórico-clínica debido a que ha permitido investigar las complejidades de los vínculos familiares y sus posibilidades terapéuticas. De esta manera, la intervención sistémica en los planteamientos de Kalina (2000), tiene una finalidad democratizante ya que cada uno de los miembros de la familia debe asumir la responsabilidad que le corresponde, constituyendo un abordaje terapéutico que lucha contra los modelos autocráticos y esclavizantes que caracterizan la vida familiar del adicto.Por otro lado, Steinglass y cols. (1987), desde el trabajo con familias alcohólicas, plantean que en general los profesionales de la salud han adoptado una actitud peyorativa hacia las familias con miembros alcohólicos. Al escuchar los relatos sobre la vida de tales familias, los clínicos tienden a extraer la conclusión de que éstas son enemigas del crecimiento individual, llegando a pensar en la familia como en una fuerza negativa, un impedimento, una valla o un obstáculo para la vida del individuo, así como la causa raigal de la psicopatología del paciente. Los investigadores, de acuerdo con Steinglass y cols. (1987), han llamado la atención hacia las pautas de comunicación alteradas, las rígidas distribuciones de funciones y las conductas disfuncionales para enfrentar las necesidades que se advierten en estas familias.Sin embargo, en opinión de Steinglass y cols. (1987), en los últimos años ha surgido un punto de vista más empático en lo referente a las familias con miembros alcohólicos. Los clínicos e investigadores orientados hacia el enfoque de familias se han basado en el creciente interés por la teoría sistémica y por conclusiones extraídas de la investigación de la interacción familiar, para sugerir que las familias con miembros alcohólicos constituyen sistemas conductuales de enorme complejidad, con notable tolerancia para el estrés y con ocasionales estallidos de inventiva conductual de adaptación (Steinglass y cols. 1987).Puget y Berenstein (en Aldrete, 2008), por su parte, proponen que la enfermedad en uno o varios integrantes de la familia es la expresión de complejas complementariedades de acuerdos inconscientes que aparecen en un espacio intersubjetivo familiar. De esta forma, Aldrete (2008) señala que el paciente identificado por la familia, se convierte en el portavoz del mal vínculo expresado en una trama interfantasmática que, a su vez, mantiene una determinada configuración vincular familiar.Desde el punto de vista de Aldrete (2008), aquellas familias que se resisten al esclarecimiento de los misterios o secretos familiares, al mismo tiempo mantienen el acuerdo inconsciente que lleva a brindar un trato particular hacia el enfermo para que los hechos sigan quedando ocultos y la configuración vincular y trama interfantasmática queden resguardadas. Este acuerdo configura una forma de segregación y mantenimiento del pacto inconsciente que apuntala la trama interfantasmática familiar, producto de una modalidad vincular particular (Aldrete, 2008).Berenstein (2007), consecuentemente, señala que la clínica psicoanalítica conduce a pensar que el sufrimiento emocional transcurre en una persona y también, aunque en forma distinta, en la familia. Si una persona tiene un síntoma, por ejemplo, un niño con trastorno de aprendizaje en el colegio, un trastorno de conducta, un joven con un delirio o un intento de suicidio en un adulto, seguramente se pensará que en su psiquismo hubo una modificación y se observará que los familiares se angustian, están asustados, preocupados o enojados, pero al mismo tiempo sostendrán una sólida convicción de que ellos no lo padecen (Berenstein, 2007).Desde el psicoanálisis, Berenstein (2007) indica que el síntoma se hizo inteligible al ponerlo en el contexto de la estructura mental de la persona sufriente, pero si se lo observa desde la estructura familiar adquirirá un grado mayor de inteligibilidad y más aún si se lo incluye en el plano social. Toda manifestación adquiere un grado cualitativamente mayor de inteligibilidad si se la incluye en un contexto más amplio (Berenstein, 2007).Berenstein (2007) propone que desde hace más de cien años se ha estado habituado a considerar como paciente a una persona. Sin embargo, tratar a una familia o una pareja, lleva a replantear quién o qué se considera un paciente, ya que se parte del supuesto de que entre estos sujetos existe un vínculo estable, con especificaciones inconscientes que les permiten mantenerse ligados durante un tiempo prolongado (Berenstein, 2007).Desde lo observable, Berenstein (2007) puntualiza que se pueden recoger indicios de un vínculo alterado o dañado, lo cual constituye el primer paso para pasar de lo manifiesto hacia un nivel latente de conflicto vincular. “Aunque la apariencia sea la de un sujeto con algún síntoma en conflicto con otro que padece otro síntoma, es desde la pertenencia al vínculo que se genera el trastorno y el malestar” (Berenstein, 2007).